Hice mi entrada triunfal en el trabajo el mes de septiembre. Solamente había transcurrido un verano desde que acabé mis estudios, por lo tanto no he dejado ni un día de vivir experiencias en la enseñanza. Lo de "triunfal" lo digo porque me encontré con treinta y ocho alumnos de cinco años, a los que había que atender mañana y tarde. Tengo una foto fija de una cabeza de muñeca llena de bolígrafo, a la que mi buena voluntad solo le cambió el color de las rayas después de una buena friega con alcohol.
Eso y poco más tenía para manipular en clase. Si le añadíamos mi inexperiencia, lógica por la falta de práctica, aquello era un sobreesfuerzo tremendo. Pero salí adelante y me encontré con situaciones semejantes: el mismo número de alumnos en un nivel de octavo de EGB.
Con catorce años tienen la dificultad añadida del comportamiento indisciplinado, que no es sinónimo de malo, de la adolescencia, pero que con cierto control se lleva a buen puerto. Mis mejores alumnos han sido de este curso. En la situación en la que nos encontramos se nos pide arrimar el hombro y si no tiene remedio es mejor tener buena predisposición. Pero exijo, ruego, que a los alumnos y a sus padres se les pida lo mismo.
Hay muchos libros y ordenadores gratuitos dedicados a nada. demasiados alumnos con el cartel de no me apetece. Bastantes padres tirando la toalla. Si hay que arrimar el hombro, si hay que colaborar, todos por igual.
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