Juez Emilio Calatayud
Si algo ha caracterizado a los adolescentes de
cualquier época y lugar, es la necesidad de autoafirmarse y oponer su yo al de
sus padres y al de la mayoría de personas que no forman parte de su grupo de
iguales. No es de extrañar, al fin y al cabo la vida es la misma obra de teatro
con diferentes actores.
Sin embargo los adolescentes actuales tienen una
característica especial: han crecido como sujetos de derecho y los demás somos
sujetos de deberes al servicio de “Su Majestad”. No intentemos oponernos a sus
deseos y menos convencer con los temidos sermones. Por eso debemos valernos de
estrategias y entre ellas he encontrado a mi pensamiento gemelo, el juez de
menores Emilio Calatayud. Aceptan y admiten como buenas sus reflexiones y
descubren que los valores que se les ha tratado de inculcar no van
desencaminados. Como todas sus intervenciones están sustentadas por el sentido
común, se pregunta cómo es posible que no se pueda fumar a menos de cien metros
de un centro educativo, mientras se permite que menores se emborrachen en la
calle.
Cuenta con cierta sorna, cómo los padres de hace unos años nos obligaban
a comer, y los de ahora después de disertar ampliamente sobre las propiedades
alimenticias de las lentejas, retiran el plato para hacerles un filete a los
reyes de la casa. Dos mensajes estupendos para hablar de los peligros del
alcohol y de que todo en la vida no se reduce a me apetece, no me apetece. Pues
lo dicho: con la venia señor juez y gracias.
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